Fue un suceso extraño. Único e irrepetible. Una experiencia inolvidable para aquellos que lo presenciamos ese día, en ese lugar. Un momento hermoso…
Estaba sentada en mi cama, poniéndome al día con unos apuntes de Biología que me había pasado una amiga y compañera de clase, y a la vez, charlaba muy entretenida por mi teléfono celular con un amigo, que hasta entonces me había llamado continuamente para saber de mi salud, puesto que llevaba ya varios días en cama con licencia. Y eso, era extremadamente aburrido para una chica como yo, que últimamente tenía muchas ganas de estresarse.
No había pasado buena semana. Y la anterior a esa tampoco había sido muy linda. Hace poco había decidido dejar atrás esos malos momentos, reprimiendo mis ganas de llorar o desquitarme nuevamente con una amiga, que lo único que quería era ayudar y yo, con mi depresión, negaba toda ayuda además de hacer sentir mal a los que me rodeaban.
Ya no quería más pesares. Tenía que aprovechar mi licencia para recuperarme tanto anímica como físicamente. Sólo quería olvidar lo malo, acentuar lo bueno. Y considero que no está mal. ¿Quién prefiere los malos recuerdos sobre los buenos? Hasta ahora, nadie que yo conozca.
Volviendo a mi momento particular. Estaba entretenida haciéndole comentarios a mi amigo, que simulaba estar ofendido cuando yo le decía muchas cosas que lo afectaban directa o indirectamente a él, sin dejar de lado la broma.
Pensaba -sí, últimamente pienso mucho- en todo lo que había sentido hasta ese momento. Ahora estaba tranquila, tenía todo mucho más claro, pero debía muchas disculpas.
Mi hermana entró agitada, emocionada. Sus ojos brillaban chispeantes. Ni si quiera pude preguntar. Estaba empapada y cubierta de nieve. ¿Nieve? ¡Fue impresionante!... Acá jamás de los jamases en circunstancias normales de invierno iba a nevar. Me asomé por la ventana y confirmé mis sospechas:
- Está nevando – chillé, intentando contener la emoción.
Yo pensaba en que tendría que esperar más para ver ese suceso.
Mis hermanos se mojaban, jugaban. Estaban felices. Yo también, lo admito. Aún resfriada salí a tocar esos pedacitos suaves de hielo que caían. Los malos momentos no existían, las tensiones tampoco, ni si quiera mi resfriado.
Éramos solo yo, la nieve y una paz tremenda.
Eran niños jugando emocionados en las calles, la nieve y muchísima alegría.
Todos felices. Todos emocionados. Todos dejaron por un par de segundos que se alejase de ellos lo malo y que fluyera simplemente emociones bonitas.
Como dije y lo repito: “Fue un suceso extraño. Único e irrepetible. Una experiencia inolvidable para aquellos que lo presenciamos ese día, en ese lugar. Un momento hermoso…”